jueves, 3 de enero de 2008

Luces de Galicia


Por Emma Gonzalez


Dentro de la literatura española se destacan siempre grandes escritores, pero sobre todo prevalece la época medieval y renacentista en la escuela secundaria argentina: Mio Cid y El Conde Lucanor, el Lazarillo de Tormes y Don Quijote, son las obras más vistas. Sólo algunos recuerdan también La vida es sueño, de Calderón de la Barca o Fuenteovejuna de Lope de Vega.
Ninguno de ellos es de origen gallego. ¿Por qué en un país como Argentina, que recibió una de las inmigraciones más importantes de Galicia, no se enseña literatura gallega?
Algo no sólo para reflexionar, sino para cambiar.
Esta sección está pensada con ese fin, y hoy empezaremos por un escritor no tan conocido, pero que en su época dio mucho que hablar: el bohemio y gallego Ramón María de Valle-Inclán.
Nació en Villanueva de Arosa (Pontevedra) el año 1866. Perteneció al movimiento modernista y a la llamada Generación del '98 (junto con Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Pío Baroja y Antonio Machado). Defendían la precisión y la claridad en las palabras, como así también la recuperación de arcaismos y localismos. En la obra valle-inclaniana se citan tanto palabras cultas - propias de la tradición greco-romana- como palabras provenientes de dialectos de las clases sociales más bajas.
Si bien ya había tenido su primer éxito con las Sonatas (cuatro novelas que se corresponden con las cuatro estaciones y con cuatro episodios amorosos) su obra más representativa son sus "esperpentos", que pertenecen al género dramático. En el primero de ellos (Luces de bohemia) se define en la voz del protagonista, Max Estrella:
"Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada"
Esta deformación de la realidad, privada de aspectos amables y resaltando los más absurdos, ubican a estos dramas dentro de lo grotesco satírico.
Los personajes son seres grotescos (Max Estrella es un poeta ciego que vaga por las calles nocturnas de Madrid con un amigo como lazarillo, que más allá de ayudarlo, siempre trata de aprovecharse de él, parodiando al ya citado Lazarillo de Tormes), animalizados, como dicen los estudiosos: fantoches o marionetas; quienes viven situaciones de continuo contraste y que hablan una mezcla de arcaísmos y localismos procedentes del lenguaje del hampa y del caló. La forma en que está escrito juega también como marco de este quiebre, de este universo inverso. Las acotaciones, las descripciones se entrelazan con los diálogos, por lo que fue y sigue siendo imposible representar un esperpento siguiendo al pie de la letra las palabras de Valle. Porque cómo se podría si la luna debe ser lunera, la cara del librero de tocino rancio, los diálogos borrosos, los rincones llenos de sombras en sombras, la cara de un golfo en una gran sonrisa de viruela...
Hasta se parodia, en la última escena, a Hamlet de Shakespeare: los dos sepultureros junto al marqués de Bradomín -protagonista de las Sonatas- y a Rubén Darío -poeta amigo y muy reconocido-, quienes reflexionan sobre la figura de Max, poeta típico de comienzos siglo XX; pobre en vida, reconocido después de su muerte. Un antihéroe, como el que lo pensó. Un gallego que es digno de recordar en un Continente que una vez fue su casa, por personas que extrañan su lugar de origen, y que tal vez por medio de unas palabras se sientan un paso más cerca de su pasado, a veces, desconocido.

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