martes, 8 de enero de 2008

España y el desafió republicano

Por José Manuel

Quizá el hecho de que España se defina ante el mundo como lo que verdaderamente es, una monarquía parlamentaria, parezca un poco insólito para las nuevas generaciones de esta porción de la península ibérica. ¿Como se le puede explicar a la juventud que hoy en día, en su país natal, el jefe de estado es un hombre que legitima su poder en la voluntad divina? Porque, si no me equivoco, esa es, fue y será la justificación por excelencia de las monarquías.
A partir del siglo XIX, se da un proceso de secularización en la mayoría de las sociedades occidentales. Esta clara evolución en el razonamiento humano permite empezar lentamente, por supuesto, a separar la religión de la vida cotidiana de los individuos. Al mismo tiempo, la Iglesia católica como institución terrenal empieza a experimentar en carne propia una perdida irremediable respecto de su tan añorado poder absoluto. A pesar de esta realidad, la monarquía española supo sobreponerse con éxito a los embates de este proceso, pero su triunfo no era definitivo sino parcial y obedecía a una falta de maduración por parte de las masas proletarias. Finalmente, ese día llegó y con el triunfo de las fuerzas de izquierda en los comicios, fue posible establecer el 14 de abril de 1931 la segunda república española y así terminar con la monarquía de Alfonso XII. Lamentablemente, y luego de una resistencia heroica del pueblo español en defensa de su autodeterminación, las fuerzas ultraderechistas agrupadas en torno a la figura del genocida de Franco pusieron fin a esa sensacional experiencia progresista. Tengamos en cuenta que el contexto mundial no era para nada favorable a las fuerzas republicanas, ya que mientas las potencias occidentales miraban con buenos ojos la destrucción de un régimen que se perfila al socialismo, la Unión Soviética observaba con recelo la posilidad de que se estableciera un sistema socialista, pero sin la dictadura de un líder que se exhibía ante su pueblo como un semi-dios. Además, cabe agregar que la pujanza del fascismo durante la década del ´30 hizo posible el apoyo incondicional a Franco con armamento de última tecnología y otros medios.
Una vez en el poder, la dictadura franquista que basaba su poder en una especie de misión divina que el todopoderoso le había encomendado al Caudillo y sus secuaces (de ahí el lema “Franco Caudillo de España por la gracia de Dios”) para terminar con el yugo marxista, restauró la institución monárquica, que vendría a funcionar como sostén de la dictadura fascista. Por lo tanto, la conclusión se desprende por sí sola: la corona española es un producto del totalitarismo que asoló a España desde 1939 hasta 1975 y la misma no está contemplada en ninguna ley de memoria histórica, ni nada por estilo. Los medios informativos españoles presentan a la figura del rey como un elemento que no guarda ningún tipo de relación con aquellos años negros de la historia de nuestros antepasados. Ahora, ¿por qué ninguna fuerza política, me refiero a las dos que hegemonizan el escenario político, se atreven a denunciar esta realidad?
Respecto al Partido Popular la respuesta es simple: por su filiación ideológica. El PP, al igual que la monarquía, es obra de la tiranía franquista, y viene a representar el espacio político donde se reencarnan los intereses del proyecto fascista hoy transformado, sin lugar a duda, en instrumentos funcionales a las transnacionales. Sin ir más lejos, el señor Mariano Rajoy no sólo se dedica a combatir la inclinación sexual por la cual optó en su vida, sino que también ha manifestado en reiteradas oportunidades los lazos de sangre de su familia con el régimen fascista.
En lo que se refiere al Partido Socialista, me atrevo a decir que electoralmente no le es conveniente incorporar a su discurso una retórica antimonárquica debido a que la figura de Juan Carlos cuenta con niveles muy altos de popularidad dentro la sociedad española. El problema radica en que, dentro del PSOE, que se define como una fuerza progresista y que ha sancionado leyes que responden a esa línea ideológica (ley de memoria histórica- reconocimiento de las minorías sexuales), no se haya una estrategia a largo plazo que tenga como objeto primordial acabar de una vez por todas con este resabio franquista.
Luego de este arduo razonamiento se me viene una pregunta clave a la cabeza: ¿a qué se debe la popularidad, el respeto y la admiración que enviste hoy a la corona española?
En primer lugar, creo que estas tres cualidades tienen su germen en el fallido intento de golpe de estado conocido como el tejerazo, donde el Rey le dio la espalda a sus antiguos camaradas y anunció que España seguiría el camino de la senda democrática. Sería un poco ingenuo destacar un espíritu democrático en Juan Carlos, y el rechazo al golpe lo podríamos definir como un movimiento estratégico, ya que de haberse consumado el golpe, el futuro gobierno dictatorial tendría un escaso margen de maniobrabilidad debido al contexto internacional, y sería un candidato al fracaso en el corto plazo. En segundo lugar, la posición apolítica del monarca que de ninguna forma se entromete en la interna política española, permite mantenerlo indemne de los golpes mortales que da la misma.
En conclusión, sostener una fuerza política a base de un discurso antimonárquico sería un error, al igual que proclamarse a favor de la corona o mantenerse al margen de esta realidad. Lo correcto sería mantener una posición intermedia, por supuesto dentro de la línea antimonárquica, que contemple una estrategia a largo plazo para disolver esta institución. Lamentablemente, el PSOE quien representaría la fuerza ideal por su elevado caudal de votos, no se encuentra a la altura de las circunstancias y ha decidido acomodarse a este elemento residual que convive como parte integrante de una hegemonía vigente.

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